El presidente José Mujica hizo referencia a la situación económica que se vive en EEUU, donde el Congreso y la Casa Blanca buscan llegar a un acuerdo para elevar el techo de la deuda “Los republicanos me dan ganas de llorar”, dijo el mandatario a Canal 12, a quien le parece “frívola” la actitud de ese sector político estadounidense.
“La peor contradicción actual que tiene este mundo es que efectivamente la economía esta ferozmente globalizada pero la dirigencia política del mundo no tiene conciencia y actúa todavía con una mentalidad tan cerrada y tan estrecha que es posible estar disputando anticipadamente gestualidades electorales que pueden tener repercusiones de carácter mundial”, señaló Mujica.
El presidente señaló además que el bloque de Unasur debe tener una respuesta en grupo a la situación de crisis económica que viven EEUU y Europa.
A continuación una Nota sobre el tema en El Pais de España, sin los tradicionales filtros que tienen los medios de comunicación nacionales:
El duelo político en EE UU continúa tras el acuerdo sobre la deuda
Demócratas y republicanos intentan aprovechar el último trámite, la aprobación en el Congreso, para convertir esta crisis en una victoria política
Demócratas y republicanos intentan aprovechar el último trámite de su acuerdo sobre la deuda, la aprobación en el Congreso, para convertir esta larga y complicada crisis en una victoria política. La amenaza de la suspensión de pagos parece definitivamente eliminada, puesto que se cuenta con votos suficientes en ambas cámaras para aprobar el pacto antes de que venza el plazo señalado. Pero el duelo partidista continúa y probablemente continuará durante mucho tiempo.
Los dos partidos han salido seriamente heridos de una de las mayores batallas políticas que se recuerdan en Washington. El Partido Demócrata, porque es el que más ha cedido en la negociación; el Partido Republicano, porque ha dado a todo el país una inquietante imagen de intransigencia y desunión. Ambos han tratado de compensar esos daños durante la tramitación parlamentaria.
La Casa Blanca ha tratado de animar a los demócratas asegurando que el presidente Barack Obama no ha renunciado a una reforma del sistema fiscal para compensar los grandes recortes pactados del gasto público. "Creemos que el tema de los impuestos queda muy vivo en la segunda fase de este acuerdo", declaró el portavoz presidencia, Jay Carney.
Los líderes republicanos, por su parte, intentan tranquilizar a los suyos, especialmente al Tea Party, convenciéndoles de que lo firmado el domingo por la noche es una perfecta traslación de las ideas conservadoras. "No hay nada en ese acuerdo que se oponga a nuestros principios", manifestó el presidente de la Cámara de Representantes, John Boehner. "Esta es una victoria de la causa de un Estado reducido".
Unos y otros confían en que la votación en el Congreso, particularmente en la Cámara, les dé argumentos para defender su posición ganadora. En la Senado, una institución más tradicional y previsible, la incertidumbre es menor. Se espera un respaldo amplio para la elevación del límite de deuda, con solo unos pocos votos negativos. En la Cámara de Representantes, en cambio, aún existen dudas sobre el comportamiento de cada uno de los grupos.
No parece en duda la aprobación de la ley, puesto que hay suficientes votos moderados en ambos bandos como para sacarla adelante, pero las cifras finales pueden ser importantes para comprobar la posición política en la que quedan los principales protagonistas de esta negociación.
Boehner necesita que el acuerdo sea aprobado por un mayor número de representantes republicanos que demócratas para que su situación actual, que ya es difícil por su incapacidad para controlar al Tea Party, no se deteriore aún más. Que una ley defendida por él sobreviva gracias a los demócratas y en contra de una mayoría de republicanos haría su posición como líder prácticamente insostenible.
Obama, a su vez, precisa que una mayoría de demócratas respalde el pacto. Tener más votos negativos que positivos entre su propio partido significaría un importante revés para el presidente, que ya está sufriendo una considerable erosión de su popularidad entre la izquierda por haber aceptado un compromiso que puede perjudicar a los candidatos demócratas en las próximas elecciones.
En ambos partidos existen fuerzas poderosas de oposición a lo acordado. Los más destacados miembros del Tea Party ya han adelantado que no van a apoyar una iniciativa que no recoge por completo sus puntos de vista. Alrededor de un centenar de congresistas republicanos pueden aglutinarse en torno a esa posición. Entre los demócratas, cerca de 70 representantes del ala izquierda han prometido oponerse. La propia Nancy Pelosi, líder del grupo en la Cámara, está manteniendo hasta la final las dudas sobre su voto.
Esa tensión, que alarga el dramatismo del desenlace de esta crisis, seguramente va a reproducirse en algunos momentos de la negociación, que debe de continuar en las próximas semanas, puesto que la última fase de este acuerdo no se cumple hasta finales de noviembre.
El compromiso contempla recortes de gastos públicos en una década por un total de 2,4 billones de dólares en dos etapas y una extensión de la deuda por la misma cantidad y en los mismos plazos. De forma inmediata se reducen algo más de 900.000 millones de dólares, sin incluir gasto social, y se eleva la deuda otro tanto para que el Gobierno pueda pagar sus facturas este año.
Al mismo tiempo, se crea una comisión parlamentaria bipartidista que tendrá plenos poderes para recortar otros 1,5 billones de dólares de gastos. La decisión que esa comisión tome tiene que ser aprobada o rechazada por el Congreso sin enmiendas. En el caso de que sea rechazada o de que la comisión no consiga una posición común, se aplicarían automáticamente recortes de gastos de 1,2 billones de dólares y una extensión de deuda por la misma cantidad, suficiente para cubrir los pagos del año próximo.
Este recorte automático fue uno de los aspectos más polémicos en las últimas horas de las conversaciones del domingo. Venciendo fuerte resistencia de Boehner, los demócratas consiguieron que, si se llega a esa situación, la mitad de los recortes sean de gastos de Defensa y la otra mitad de gasto social, sin incluir los Seguridad Social pero sí el plan de ayuda sanitaria a los pensionistas, conocido como Medicare.
El acuerdo no dice una palabra sobre impuestos, pero tampoco impide explícitamente que la comisión bipartidista los aborde, lo que ha sido suficiente para que los demócratas entiendan que aún pueden dar la batalla para eliminar algunas de las ventajas fiscales de los ingresos más altos.
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