Últimamente las noticias económicas parecen mejores. Pero después de los
falsos comienzos anteriores -¿se acuerdan de los brotes verdes?- sería
absurdo dar por sentado que todo va bien. Y en cualquier caso, sigue
siendo una recuperación económica muy lenta si nos regimos por criterios
históricos.
Hay varias razones para esta lentitud, la más importante de las cuales
es el exceso de deuda de las familias que nos ha legado la burbuja
inmobiliaria. Pero un factor importante para nuestra persistente
debilidad económica es el hecho de que el Gobierno en Estados Unidos
esté haciendo exactamente lo que tanto la teoría como la historia dicen
que no debería hacer: recortar el gasto cuando la economía está
deprimida.
De hecho, si no fuera por esta destructiva austeridad fiscal, nuestra
tasa de desempleo sería casi con toda seguridad más baja ahora de lo que
era durante una fase comparable de la recuperación en la época de
Ronald Reagan, el famoso "Amanecer de Estados Unidos". Fíjense en que he
dicho Gobierno en Estados Unidos, y no el Gobierno federal. El Gobierno
federal ha estado siguiendo lo que a todos los efectos son políticas
contradictorias a medida que se diluyen los últimos vestigios del
estímulo proporcionado por Barack Obama, pero los grandes recortes han
tenido lugar en los ámbitos estatal y local. Estos recortes estatales y
locales han provocado una drástica caída tanto en el empleo público como
en el gasto público en bienes y servicios, lo cual ha supuesto un
pesado lastre para la economía en su conjunto.
Una forma de explicar lo severa que ha sido nuestra austeridad de facto
es comparar el empleo y el gasto públicos durante la expansión económica
de la era de Obama, que empezó en junio de 2009, con su trayectoria
durante la expansión en la época de Reagan, que se inició en noviembre
de 1982.
Empecemos por el empleo público (que tiene lugar principalmente en los
planos estatal y local, con la mitad aproximadamente de los puestos de
trabajo aplicados a la enseñanza). A estas alturas de la recuperación de
Reagan, el empleo público había aumentado un 3,1%; esta vez, ha
descendido un 2,7%.
A continuación, fijémonos en las adquisiciones públicas de bienes y
servicios (excluyendo las transferencias a individuos, como las
prestaciones por desempleo). Ajustadas por la inflación, en esta fase de
la recuperación de Reagan, estas compras se habían incrementado en un
11,6%; en esta ocasión, han disminuido un 2,6%.
Y las diferencias persisten incluso si incluimos las transferencias,
algunas de las cuales se han mantenido elevadas precisamente porque el
desempleo sigue siendo tan alto. Ajustado por la inflación, el gasto en
la época de Reagan creció un 10,2% en los primeros 10 trimestres de la
recuperación, mientras que el gasto con Obama solo se ha incrementado un
2,6%.
¿Por qué aumentó tanto el gasto público con Reagan, a pesar de su
retórica de gobierno reducido, mientras que ha retrocedido con el
presidente que tantos republicanos insisten en que es un socialista
encubierto? En el caso de Reagan, se debe en parte a la carrera de
armamentos, pero principalmente a que los Gobiernos estatales y locales
hicieron lo que se supone que tienen que hacer: educar a una población
cada vez más numerosa de niños e invertir en infraestructuras para una
economía en expansión.
Sin embargo, con el presidente Obama, la precaria situación fiscal de
los Gobiernos estatales y locales -como consecuencia de una recesión
sostenida, que a su vez fue causada en gran medida por la explosión de
deuda privada anterior a 2008- ha obligado a imponer unos recortes del
gasto forzosos. La difícil situación fiscal de los Gobiernos de menor
nivel podría y debería haberse visto aliviada por la ayuda de
Washington, que sigue teniendo la posibilidad de obtener préstamos con
unos tipos de interés increíblemente bajos. Pero esta ayuda nunca se ha
proporcionado en una escala ni remotamente adecuada.
Esta mala práctica política está haciendo un doble daño a Estados
Unidos. Por un lado, está ayudando a perder el futuro, porque eso es lo
que pasa cuando se descuidan la educación y la inversión pública. Al
mismo tiempo, nos está haciendo daño ahora mismo, al contribuir a
mantener el crecimiento bajo y el desempleo elevado.
Estamos hablando de números altos. Si el empleo público con Obama
hubiera aumentado al mismo ritmo que en la época de Reagan, habría 1,3
millones más de estadounidenses trabajando como maestros, bomberos,
agentes de policía, etcétera, de los que desempeñan en la actualidad
esos empleos.
Y si se tienen en cuenta los efectos del gasto público en el empleo
privado, un cálculo aproximado es que la tasa de desempleo sería 1,5
puntos porcentuales más baja de lo que es, o sea, estaría por debajo del
7%, lo cual es significativamente mejor que la economía de Reagan en
esta fase.
Una conclusión de esta comparación es que los conservadores a los que
les encanta comparar el historial de Reagan con el de Obama deberían
pensarlo dos veces. Aparte del hecho de que las recuperaciones de las
crisis financieras son casi siempre más lentas que las recuperaciones
normales, en realidad Reagan era mucho más keynesiano de lo que Obama,
enfrentado a un partido republicano obstruccionista, ha podido ser.
Sin embargo, lo más importante es que ahora hay una respuesta fácil para
cualquiera que pregunte cómo podemos acelerar nuestra recuperación
económica. Es posible plantear ideas visionarias; pero también podemos
dar un gran paso hacia el pleno empleo simplemente utilizando los bajos
costos de financiación del Gobierno federal para ayudar a los Gobiernos
estatales y locales a recontratar a los maestros y agentes de policía
que han despedido, y a la vez reanudar las reparaciones de carreteras y
los proyectos de mejora que han cancelado o pospuesto. THE NEW YORK
TIMES
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