La lectura en la última edición del semanario Búsqueda de una serie de
afirmaciones muy opinables recogidas a una relatora de la Organización
de las Naciones Unidas sobre agua y saneamiento, me recordaron otras
tantas intervenciones similares que me tocó oír en los diez años que
estuve al frente de una dirección del MGAP, pronunciadas en situaciones
análogas. Andado el tiempo, muchas veces me arrepentí de las formas que
mi rechazo revistió para con conceptos provenientes a veces de
consultores externos seguramente bien intencionados. En cambio, no ha
variado mi desconfianza conceptual respecto de la consistencia técnica,
el tono colonialista o el enfoque políticamente correcto de varios
organismos internacionales, empeñados en obrar "a favor del pelo" para
justificar su andadura. Hoy como ayer hay que bancar impertinencias,
intromisiones o, -al revés- enfoques complacientes con el poder,
diferentes según los organismos. Me ha tocado actuar como consultor de
algunos de ellos, y si bien hay de todo en la viña del Señor, el país
debe evaluar muy bien, recibir con espíritu crítico y en su caso
rechazar, los informes producidos por la industria de la consultoría,
recogiendo lo bueno pero sin temor a rechazar lo que sea.
INTROMISIONES. No me olvido, por ejemplo, como en la crisis del 2002 el
Fondo Monetario Internacional, yendo mucho más lejos que su condición -a
lo más- de auditor de la deuda pública, se entrometió en un tema de
política interna muy gordo, recomendando nada menos que el default de
esa deuda, con el apoyo del actual partido de gobierno. Solo la
fortaleza de los conductores políticos y negociadores del momento logró
detener el país al borde del abismo, punto desde el cual la sociedad,
ahí sí de todos los partidos, cinchó para alejarse de él. No me olvido
de aquel funcionario chileno de la época cuyo nombre prefiero omitir,
porque el tema no era él sino su institución. Antes y después hemos
tenido relaciones con el FMI correctas, de recíproco respeto y, cómo no,
de intensa polémica cuando ha correspondido.
La FAO es otro organismo que más allá del loable empeño del combate al
hambre, se ha entrometido a veces en las políticas domésticas con
recomendaciones que, bajo un aura de infalibilidad, constituyen una
intromisión, a la vez que una toma de posición por soluciones de
carácter partidista. Así por ejemplo apareció a fin de año, en plena
discusión sobre el Impuesto a la Concentración de Inmuebles Rurales, un
documento sobre nada menos que el tema de la tierra, realizado por un
consultor internacional que subcontrató a uno doméstico para investigar
los procesos de concentración y extranjerización de la tierra, que
pueden tener que ver o no con el hambre. El trabajo de contenido técnico
pobre, sin mostrar una solo cifra sobre concentración sencillamente
porque no la hay hasta ahora, se permite concluir en un power point
entre signos de admiración que copio: "¿Hay procesos de concentración y
extranjerización de las tierras agrícolas en el Cono Sur?
¡Sin lugar a dudas!" En lo que no hay dudas es en la intencionalidad del
trabajo, que no demuestra si ambas cosas son malas para el hambre, o si
ocurren en Uruguay. Es más; el único dato de crecimiento de número de
productores del Uruguay es entre los censos de 1990 y 2000, que es el
último. Más adelante, lo que el estudio presenta es un conjunto de
números que he comentado muchas veces acerca de las múltiples
operaciones de compraventa y arrendamiento de tierra, que no prueban
concentración y que quizás supongan precisamente lo contrario. No me
olvido tampoco de la prédica incesante de esta institución sobre el tema
obvio, que nadie niega, del derecho a la seguridad alimentaria de todas
las naciones. Solo que a partir de él se han sugerido trabas al
comercio, propiciándose impuestos al comercio exterior, eliminación de
mercados financieros, etc.
Cuando este u otros organismos pasan de la cooperación técnica o
financiera, a veces muy valiosas, a las recomendaciones de política
pública, simplemente hay que poner todo entre paréntesis porque o bien
hay intencionalidades políticas, o bien hay un simple deseo de quedar
bien con el gobierno de turno. Por eso no deja de ser casi risible que
dos organizaciones internacionales vinculadas a la agricultura, ni bien
ganó el socialismo, empezaron a adoptar esa jerga hueca de agricultura
familiar, lo socialmente sustentable, la economía solidaria, etc., todas
categorías netamente invocadas para la tribuna. O el BID, institución
digna de gran respeto, que al comienzo de cada administración, para
ayudar al gobierno que se instalaba en sus nuevas políticas, contrató
estudios de consultores domésticos que escribieron lo que el gobierno
electo quería oír, en el agro de poca calidad técnica.
COMPLACENCIA. Así son las cosas con estos organismos, no ahora sino
siempre. A veces recomiendan lo que nadie les pide, otras asesoran en
línea con el que les paga, otras -seguramente la mayoría- ayudan de
verdad. No es el caso de esta abogada portuguesa que advierte
alegremente sobre el peligro de la minería, las plantaciones de
eucaliptos y varios proyectos industriales, agrícolas y de forestación
en su vínculo con la oferta de agua para la gente. La verdad que la
lista es casi ofensiva; creer que el país no va a tener en cuenta el
tema del agua, entre otros, en este tipo de proyectos es poco creíble. Y
pensar que la Dinama o la Dinagua no van a resolver con ecuanimidad los
estudios de impacto ambiental porque los hacen las empresas me llama
más la atención. Esperar que alguien independiente o esas mismas
oficinas hagan los estudios, como si -además- eso asegurara más
ecuanimidad, no parece sensato. Y menos aún la propuesta de
controladores que controlen a los que controlan, valga la redundancia.
En fin, ya se ve que la manía de controlar e intervenir es un problema
mundial, en muchos caso con ignorancia científica, como para creer que
puede existir una y solo una solución ambiental a una inversión que se
plantee, y que esa sea la que expida una autoridad infalible, dueña de
toda la información, lo que es erróneo.
En definitiva, es claro que se debe ser muy exigente para que la
cooperación internacional no sea una industria de producción de informes
complacientes, o con el gobierno de turno o con los jefes de los que
hacen los informes, y que en cambio debidamente conducida, permita
acceder a recursos y conocimientos necesarios disponibles en el mundo. Y
sobre todo sin presencia mediática, al menos cuando voluntariamente o
no, participa de discusiones políticas internas.
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