La reunión anual de la American Economic Association (AEA) funciona algo
así como una bulliciosa sesión de diagnóstico. Se extiende la economía
mundial sobre una camilla, se la ausculta y se la palpa y luego se
declara que padece de una serie de afecciones. Pero la percepción de que
los economistas no son médicos ha penetrado muy lentamente en la
profesión. Los médicos pueden indicar un tratamiento (aunque sea
equivocado) y estar bastante confiados en que se le va a cumplir. No es
el caso de los economistas. La crisis de la zona del euro es un caso
grave. Las ideas para resolver el problema abundan. Pero las mejores
políticas económicas pueden no llegar nunca a ver la luz del día debido
al frágil y desconcertante mundo de la política europea.
La reunión de este año en Chicago mostró varios ejemplos de la incómoda
relación de la profesión con las realidades políticas. En una
conferencia que incitaba a la reflexión, Maurice Obstfeld de la
Universidad de California, Berkeley, señaló que la crisis del euro había
socavado en forma terminante la noción de que los grandes déficits en
cuenta corriente poco importan en la medida en que los gobiernos
planifiquen con prudencia. Eso porque, en una crisis, las deudas
externas privadas a menudo se transforman en obligaciones soberanas, en
la medida en que los gobiernos están bajo presión para rescatar a los
bancos. Su conclusión fue que la globalización financiera y, en
particular, la acumulación de grandes pasivos transfronterizos pueden
requerir la correspondiente globalización de la gobernanza, incluso del
seguro de depósitos internacional. Pocas cosas parecen menos probables.
En otra charla, Emmanuel Farhi de la Universidad de Harvard planteó una
idea para potenciar una economía en una "trampa de liquidez", en que el
banco central ya ha rebajado drásticamente las tasas de interés a cero y
no puede reducirlas más. El banco central podría potenciar la economía
fomentando un poco de inflación, dijo, pero esa sería una segunda
alternativa. Mejor adoptar un programa de "política fiscal no
convencional" como aumentar los futuros impuestos al consumo y rebajar
los impuestos a la renta sobre el trabajo. Pero la evaluación de Farhi
de lo que era una segunda alternativa no tuvo en cuenta la relativa
libertad de acción de un banco central independiente, en comparación con
la de los gobiernos electos.
Robert Hall de Stanford tenía una posición diferente respecto de las
restricciones políticas. Estuvo de acuerdo con Farhi de que un poco de
inflación podía llegar bien lejos, pero descartó la opción como inútil.
Dado que un banco central razonable evidentemente elegiría una pizca más
de inflación a cambio de un desempleo muy inferior, y que la razonable
Reserva Federal no lo había hecho, el aumentar los precios debe estar
más allá de las facultades de la Reserva Federal. En vista de su
capacidad de crear dinero a voluntad, sería útil tener un debate sobre
la animosidad política que genera (sobre todo entre los candidatos
presidenciales republicanos).
La importancia de la economía política atrajo bastante atención. Un
trabajo presentado por Atif Mian de la Universidad de California,
Berkeley, Amir Sufi de la Universidad de Chicago y Francesco Trebbi de
la Universidad de British Columbia, explicó por qué a menudo una buena
política es lo más difícil de aplicar tras una crisis financiera.
Cuando las crisis golpean, los precios de los bienes caen. Los deudores
que tomaron prestado contra garantía de esos bienes tienen que ajustarse
el cinturón. Puede seguirle una recesión a menos que se la compense con
una explosión de gastos por parte de los acreedores que, a su vez,
pueden volverse más cautelosos, en especial si el pago de sus préstamos
parece dudoso. Los autores dicen que una redistribución de la riqueza de
los acreedores a los deudores podría potencialmente ayudar a ambos
grupos evitando una profunda fase de desaceleración económica. Sin
embargo, aunque los deudores son muchos, esas redistribuciones son
pocas. El cabildeo efectivo ejercido por unos pocos acreedores
concentrados ayuda a contener la marea populista: por ejemplo, unos
pocos bancos pueden tener más capacidad de influir sobre los
legisladores que un millón de propietarios de hogares.
Como tanto los deudores como los acreedores luchan por proteger sus
intereses, las batallas políticas se intensifican. En Estados Unidos, un
esfuerzo por reducir las obligaciones hipotecarias de los hogares ayudó
al lanzamiento el movimiento del "tea-party" de pequeños conservadores
del gobierno. Asimismo, los problemas de la zona del euro se reducen a
una batalla ponzoñosas entre prestamistas y prestatarios. Los autores
estudiaron una muestra de crisis financieras de setenta países
recopilada por Carmen Reinhart del Peterson Institute for International
Economics y Kenneth Rogoff de la Universidad de Harvard, y concluyeron
que después de las crisis por lo general surge una polarización. La
identificación de los votantes se aparta del medio y se aproxima a los
extremos. Se reduce el respaldo a los gobiernos y las coaliciones
gobernantes quedan más fragmentadas. Las buenas políticas son más
difíciles de aplicar.
MÁS RIGUROSIDAD. La profesión de los economistas quizás todavía sea poco
realista en materia de política, aunque ahora está teniendo una visión
más clara de los incentivos de sus miembros. Muchos economistas hacen
trabajo de consultoría para instituciones financieras u otras empresas, a
la vez que asesoran sobre políticas públicas o investigación para
publicaciones. Este año, la AEA solicitó oficialmente a sus miembros que
divulgaran esos conflictos potenciales. También solicitará
declaraciones de los economistas que presenten artículos para sus
publicaciones que se autorizarán al momento de la publicación. Hay que
cambiar. Según Luigi Zingales de la Universidad de Chicago, la economía
ha interiorizado las opiniones de los clientes ricos. Su análisis
despiadado de las publicaciones de revistas revelaron que los trabajos
que justificaban los altos salarios de los ejecutivos tenían una
posibilidad de ser publicados de más del 55% que los que se oponían y
eran mucho más citados por otros.
Al menos la tecnología está ayudando a la profesión a que sea más
sincera. Los bloggers, bien representados incluso entre una asistencia
récord estimada en unos 11.500 delegados, constituyen una fuente de
supervisión pública y una forma de popularizar ideas abandonadas. En una
sesión sobre la creciente importancia del medio, Alex Tabarrok de la
Universidad de George Mason aclamó el "blogging" como el "retorno a la
economía política", una referencia al siglo diecinueve en que la
economía era más coloquial y pertinente.
En reconocimiento a este cambio, The Economist ha modificado el nombre
de su columna "Economics focus" por el de "Free exchange", vinculándolo
más estrechamente a nuestro blog del mismo nombre. En economía, al
igual que en política, siempre es bueno un análisis más riguroso.
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