El aumento de la tensión entre Argentina y Reino Unido por su
enfrentamiento acerca de la soberanía de las Malvinas ha provocado una
lluvia de banderas británicas e isleñas en Stanley, la capital de las Malvinas,
y parece tener el efecto contrario al que busca Buenos Aires: lejos de
atemorizar a los habitantes del archipiélago, la tensión no hace más que
reavivar la memoria de la guerra de 1982, aumentando el sentimiento de
comunidad de los malvinenses y recordándoles que, hoy por hoy, su
defensa depende precisamente de Gran Bretaña.
El bloqueo a los buques con bandera de las Malvinas y las trabas a los barcos con pabellón británico,
apoyado por Chile, Uruguay y Brasil, están provocando pequeños
inconvenientes a los pesqueros gallegos que faenan en la zona y
problemas para la llegada de alimentos y materiales desde el continente,
pero eso solo significa que los isleños han de pagar un sobreprecio
porque algunos productos llegan ahora desde Gran Bretaña.
Los que de verdad temen una escalada de la tensión son los
trabajadores chilenos y de otros países de Sudamérica empleados en las
Malvinas y los excombatientes argentinos que visitan el archipiélago,
que temen la suspensión del vuelo semanal que une las Malvinas con Punta
Arenas, en el sur de Chile. Eso les obligaría a viajar a través de
Londres, a precios prohibitivos.
“El bloqueo nos está afectando porque nos dan la lata”, explica el
gallego Antonio Cordeiro, representante de los armadores de Vigo en las
Malvinas desde 1988. Lleva allí tanto tiempo que le llaman “el cónsul de
Galicia”. Primero negociaba licencias para los armadores y desde que el
sistema se cambió a empresas mixtas busca socios locales para las
empresas gallegas.
“Están sometiendo a inspección a los barcos cuando llegan a
Montevideo y pidiéndoles los papeles. Cuando declaran que vienen de las
Malvinas, les abren expediente sancionador, que puede acabar con la
imposición de una multa aunque hasta ahora no se ha dado el caso. En una
ocasión tuvo que intervenir un helicóptero de la armada por la actitud
agresiva de los inspectores”, explica Cordeiro.
pesquera española, muy positiva, con contactos a nivel científico.
Los españoles han estado desde hace tiempo en las Malvinas y enseguida
se interesaron por las licencias y luego han sido los que han formado
más empresas conjuntas”, explica John Barton, director de Pesca del
Gobierno de las Malvinas.
Desde que se introdujo el sistema de licencias de pesca en 1986-87 se
ha revolucionado la economía de las islas, que desde 1989 son
autosuficientes salvo en los gastos de Defensa, que siguen a cargo de
los contribuyentes británicos.
El final del periodo de relaciones constructivas entre Argentina y
las Malvinas que se dio en la era de Carlos Menem, en los años noventa,
está afectando a la conservación de los caladeros. “La falta de
colaboración de Argentina es un gran problema, un gran paso atrás para
la conservación de los caladeros. Entre 1990 y 2005 hemos tenido una
política bilateral de conservación muy buena, que era entre Gran Bretaña
y Argentina con participación de las Malvinas. Hemos tenido científicos
argentinos trabajando en esta habitación. Eso ahora es muy poco
probable”, se lamenta Barton.
¿A qué se debe el aumento de la tensión de los últimos meses? Se
apuntan varias causas: la cercanía del 30º aniversario del conflicto de
1982, la evidencia de que sí hay petróleo en las Malvinas, la estancia
estos días en las islas del príncipe Guillermo de Inglaterra. “Me temo
que le voy a tener que dar una respuesta diplomática: se lo tiene que
preguntar a Argentina”, se excusa el gobernador británico del
archipiélago, Nigel Haywood. “Leemos en los periódicos que hay un amento
de la tensión en el Atlántico Sur, pero no lo hay. Lo que hay es un
lado intentando aumentar la tensión. Pero nosotros, no”, añade.
Pero Haywood pierde esa compostura diplomática cuando se le recuerda
que Londres ha considerado esencial la opinión de la población local en
los contenciosos de las Malvinas y Gibraltar pero devolvió Hong Kong a
China en 1997 y, sobre todo, expulsó en los años 60 a los habitantes de
la isla de Diego García para convertirla en una base militar de Estados
Unidos sin pedir su opinión a los afectados. “Son casos muy diferentes y
de hace mucho tiempo. Nos podríamos remontar también a la invasión
española de los Países Bajos”, se revuelve en el sofá de su acogedora
residencia frente a la bahía de Stanley. “El Gobierno británico ya ha
admitido que en aquellos tiempos se cometieron errores”, añade,
recuperando la compostura.
Visto desde las islas, la cuestión de la opinión de la población
local es un elemento central del debate sobre la soberanía del
archipiélago. “Aquí no había ningún tipo de población indígena cuando
los ingleses tomaron posesión de las islas en 1765”, afirma Dick Sawle,
uno de los ocho miembros que forman la Asamblea Legislativa local,
nacido en Inglaterra pero afincado en las Malvinas desde 1986.
“En 1832 había aquí una población civil de unas 30 personas. Y
estaban solo para una cosa: matar vacas. Porque los barcos necesitaban
carne. En octubre de 1832 vino aquí un buque desde Buenos Aires con una
guarnición militar argentina que tuvo muchos problemas con la población
civil. Los ingleses vinieron tres meses después y les expulsaron. Más o
menos lo mismo que en 1982”, ironiza.
“El capitán inglés le dijo a la población civil que quería que
siguieran aquí porque era del interés de los barcos en la zona. Había 30
personas: gauchos, un escocés, brasileños, uruguayos, algún argentino.
Tenemos los nombres de todos ellos pero no sabemos de dónde venían. Y
dos personas decidieron salir: uno uruguayo y otro brasileño, eso sí lo
sabemos. Pero nunca se expulsó a ningún tipo de población argentina. Y
el último de ese grupo de población civil murió pacíficamente aquí en
1871. Y ahora hay gente que lleva aquí nueve generaciones. En Argentina
no es fácil encontrar a alguien que haya vivido allí nueve
generaciones”, asegura.
“Cuando algunos argentinos hablan de las Malvinas parecen hablar de
un territorio deshabitado”, se queja John Fowler, director adjunto de
periódico local, el Penguin News, también malvinense de
adopción. “Otros parecen hablar de un lugar mítico, pero es un mito
nacional irreal, sin carne, y en casos extremos, como el de algunos
ministros de la señora Kirchner, es un territorio en el que quizás haya
gente, pero es gente que no cuenta porque no importan”, sostiene.
“Pero si los argentinos que había aquí en 1800 eran importantes,
nosotros también somos importantes. Estamos en la misma situación que
Argentina, Uruguay o Chile hace muchos años, con la diferencia de que no
ha habido masacres como cuando los españoles reclamaron los
territorios. No creo que el argumento histórico sea crucial, pero ¿qué
cambiaría si hubiéramos expulsado a 20 o 30 personas en 1833, que es
algo que además podemos probar que no ocurrió?”, se pregunta. “No puedes
ir atrás a 1833 y dibujar las fronteras en base a eso”, concluye.
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