JULIO PREVE FOLLE
Es conocida mi oposición a la enunciada política de suelos por su
agravio a la libertad, por lo que supone de inventar fines sociales
donde no los hay, por hacer del suelo un becerro de oro para ecólatras, y
especialmente por lo que implica de desconfianza en la gente, a la que
no se la cree capaz de tomar decisiones responsables. Convertir a otra
oficina del Estado, además de la Dinama, de la que escribí la semana
anterior, en censora del derecho de propiedad, me parece un grave abuso
institucional que además implica un agravio a la madurez de los
uruguayos, que con excepciones han demostrado sensibilidad para el
cuidado del suelo. Pero el tema se agrava porque, en un nuevo desorden
institucional, se plantea derivar a una corporación privada, a un gremio
profesional, buena parte de la responsabilidad, estableciendo una
categoría afín a este gobierno pero de neto cuño intervencionista: la
acreditación oficial para ejercer alguna actividad o profesión.
PLANES DE USO. Cuando está en juego la libertad no hay temas menores.
Alguno quizás pueda pensar que cuando se quiere cuidar el suelo o
preservarlo de la erosión, bien vale desplazar a la gente de sus
decisiones, cuidarla de sí misma, confiar más en los muchachos que
contrate el MGAP que en los productores uruguayos; y que la libertad
acaso ni se dé cuenta que la están violando. Estos planes de uso, que
constituyen un permiso previo para desarrollar una actividad agrícola en
el campo propio, deben convertirse en recomendaciones o sugerencias, si
hay buena voluntad en cooperar con los ciudadanos y no simplemente
deseo de sustituirlos. Por otra parte va quedando claro que la base
científica para prohibir a alguien realizar una actividad determinada en
base a potenciales daños es insuficiente, y llevaría en un extremo a
dejar la ganadería en Vichadero, o a eliminar la agricultura en
múltiples zonas incluyendo la caña de azúcar en Bella Unión. Es que la
ecuación universal de pérdida de suelo, que pretende dar una idea
bastante precisa de daños frente a determinadas circunstancias en
situaciones promedio, no se inventó para dotar de seguridad total a
decisiones de política pública, y es discutida en sus alcances por los
propios especialistas.
Es equivocado situar la conservación del suelo en el predio de un
ciudadano como valor máximo. Y más lo es no entender que ese ciudadano
puede querer correr el riesgo de sobreexplotar su recurso, plantar otro
año de algún cultivo, y con su producido pagar un tratamiento oncológico
en otro país, o un posgrado a su hijo. Si no se entiende que este
productor tiene el derecho de arriesgarse a golpear un poco su suelo
porque ha resuelto que un hijo o un tratamiento son un bien superior, si
no se entiende esto, si se cree que el cuidado del suelo está por
encima de esta tipo de decisiones, entonces se habrá producido el
descalabro total del derecho de propiedad y de la libertad individual.
Dicho sea al pasar me parece desdichado el silencio que en este tema ha
caracterizado hasta ahora a la Asociación Rural del Uruguay.
Subrayo además que los planes imperativos lo son en base a una ciencia
dudosa, y agregando costos enormes que en realidad son impuestos, cuando
el país agrícola no los soporta más. Ello asegura por otra parte
múltiples juicios contra el Estado para los que muchos profesionales se
están preparando.
CORPORATIVISMO. Pero esta política, que debe rechazarse por todo lo
anterior, se encamina a agregar otros temas casi peores que el permiso
previo. Me refiero a las acreditaciones y al corporativismo. En el
primer caso, todas las acreditaciones caso a caso, hombre a hombre,
suponen un grave intervencionismo que no lo es menos si se refiere al
cuidado del suelo. Según trascendió, para realizar estos planes de uso
del suelo habría que acreditarse previamente, no alcanzaría con ser
profesional, sino que habría que inscribirse en el MGAP conforme a su
consentimiento. Quiere decir que el ministerio ya no sería solo el
árbitro de qué producir, sino de quién podría elaborar esos famosos
planes. Parece bueno que se capacite a los que lo deseen a usar
herramientas modernas, y más aun que el ministerio se involucre en temas
de capacitación. Lo que resulta inadmisible es -otra vez- el camino de
lo imperativo, y que el MGAP se erija en árbitro de quién puede
trabajar. No es una novedad; este tema de las acreditaciones existe por
ejemplo para ser importador de frutas y verduras y mala cosa sería
encogerse de hombros pensando que esta muestra de desborde institucional
sobre la libertad de trabajo, lo es en tema de poca monta. Nadie sabe
por ejemplo en base a qué el MGAP acepta o rechaza la calidad de
importador hoy, o de fabricante de planes de uso del suelo mañana. Pero
el tema es peor porque según parece el MGAP le daría esta facultad a la
Asociación de Ingenieros Agrónomos (AIA) que no tiene ninguna norma que
la habilite a limitar la libertad de trabajo. Esto es corporativismo
puro, un tema muy afín a los gobiernos socialistas: la entrega de poder a
las corporaciones que hay que rechazar, sean ellas empresariales o de
trabajadores. Así pues está mal que la enseñanza o la banca las maneje
el Pit-Cnt, y está igual de mal que para importar algunas cosas haya que
conseguir un permiso en la Cámara de Industrias o, en este caso, en la
AIA.
En todos estos casos de corporativismo se confunde idoneidad con
legitimidad, que son cosas muy diferentes. La opinión de un gremio, de
una asociación profesional puede asegurar, a veces, idoneidad; pero la
legitimidad es otra cosa y no deriva de un sindicato, sino de las formas
que en democracia se ejerce la representación. Por eso si está mal el
permiso previo para plantar, peor es que para pedirlo haya que
acreditarse primero y, todavía peor, que en ello tenga intervención una
organización gremial idónea pero sin legitimidad.
OTRO CAMINO. He señalado otras veces que creo en la buena fe de quien
conduce todo este tema. Pero de una buena preocupación por el recurso
suelo ha pasado a meterse en temas de libertad individual, derecho de
propiedad, libertad para elegir el futuro de cada uno, libertad de
trabajo, legalidad y corporativismo. Se trata de temas demasiado serios
como para que queden en manos de expertos en suelos. El MGAP debe
cambiar pues los verbos que conjuga. Hay que cambiar obligar,
intervenir, sustituir, acreditar, por: convencer, informar, persuadir,
ayudar, asesorar. Ese es el camino y en él con seguridad nos vamos a
encontrar.
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