SERGIO ABREU
Las trabas que Argentina ha impuesto al comercio intramercosur integran
un contexto de tensas relaciones bilaterales. También participan desde
hace mucho tiempo las diversas trabas esporádicas y puntuales que aplica
Brasil y la falta de respuestas contundentes a las asimetrías y
desequilibrios. El Mercosur no resultó ser el instrumento de desarrollo
que esperaban sus fundadores, y últimamente aparece como un sistema que
nos limita y nos perjudica, no solo por los costos que involucra sino
por los obstáculos que se tienen para negociar comercio con otros
países.
No se trata de romper con el Mercosur ni de proponer su abandono, pero
quizás sea el momento de tomar cierta distancia de las desventuras
coyunturales y analizar lo que implica un Tratado, llamado en su momento
a jugar un rol fundamental en la región, pero cuyo cumplimiento es
ignorado, en mayor o menor medida por todos sus miembros.
El elemento esencial para formar el mercado común es la libre
circulación de bienes, el tema regulado con mayor profundidad y detalle
en el Tratado de Asunción. Salvo el azúcar y los productos del sector
automotriz, los demás bienes originarios del bloque deberían circular
internamente sin pagar aranceles, gravámenes de efecto equivalente ni
sufrir trabas no arancelarias de ninguna naturaleza. El libre comercio
debió completarse con un Arancel Externo Común (AEC), el establecimiento
de un Código Aduanero, la negociación conjunta con terceros países, la
coordinación macroeconómica y de políticas sectoriales. Ese era el
conjunto de instrumentos que conduciría al Mercado Común, transitando a
través de una etapa de una Unión Aduanera (UA). Por lo que el Tratado
depende de que todos funcionen armónica y oportunamente.
Durante la década de los noventa se avanzó en el libre comercio y en el
AEC, con algunas imperfecciones, pero hubo un retraso en la concreción
de los demás instrumentos necesarios para consolidar la UA, que el
crecimiento del comercio intramercosur hasta 1998 hizo pasar
relativamente desapercibido. Los acontecimientos de la década pasada
mostraron una creciente disparidad entre los mandatos del Tratado de
Asunción y el funcionamiento de los instrumentos orientados a la
formación de la UA, y la imposibilidad política de retomar el cauce
establecido por el Tratado y su estructura jurídica. El actual deterioro
del libre comercio, las perforaciones al AEC y la ausencia de
coordinación de políticas, han alcanzado un nivel que ha convertido al
Mercosur en un sistema desequilibrado, precario y carente de seguridad
jurídica. En especial, para el Uruguay y el Paraguay, el Mercosur se ha
convertido en un sistema perverso, que no asegura el acceso de sus
exportaciones al mercado regional, al tiempo que limita la autonomía de
su política comercial.
La última reunión del Consejo de Mercado Común, en diciembre pasado,
aprobó 16 decisiones y 2 recomendaciones. Ocho de las primeras y dos de
las segundas no tienen que ver con temas económicos. De las que se
refieren a temas económicos, tres recaen sobre aspectos de trámite o
institucionales, dos sobre el Fondo para la Conversión Estructural del
Mercosur (aprobación del presupuesto 2012 y de un proyecto), dos
corresponden a ajustes temporales y puntuales del AEC y una a la
aprobación de un acuerdo de libre comercio con Palestina. En la reunión
de Presidentes, el mandatario uruguayo propuso la adopción de un
compromiso sobre libre comercio, que fue vetado por la Argentina. Ni en
la documentación de la reunión del CMC, ni en el Acta de la reunión de
Presidentes se hace mención alguna al planteo y a su tratamiento, ni se
prevé volver sobre el tema. Esta es una muestra de la distancia entre el
funcionamiento del Mercosur, los problemas que enfrentan a los Estados
Partes y los desafíos asociados a la situación actual y evolución
probable del contexto internacional.
En procesos políticos y económicos prolongados es posible que los
objetivos e instrumentos originales resulten imposibles de aplicar por
cambios de contexto o de políticas de los países participantes, o
también por excesos de optimismo, que es una característica de los
procesos de integración de América Latina. El Mercosur fue afectado por
los tres factores. En la etapa actual el modelo económico argentino es
incompatible con el libre comercio y el funcionamiento de una UA, pero
antes de que eso se hiciera evidente, los socios no habían podido
cumplir con los plazos para la adopción de instrumentos efectivos para
la formación de la UA. Por otra parte, el libre comercio y el AEC sufren
múltiples perforaciones y la política comercial hacia terceros países
quedó limitada a una modificación de los acuerdos preexistentes en marco
de la Aladi.
Por otro lado el Tratado de Asunción no prevé mecanismos para
administrar crisis coyunturales, como podría ser un régimen de
salvaguardia, o ajustes para corregir desequilibrios estructurales del
sistema de integración. La evolución del Mercosur y de las economías y
políticas de los miembros dejaban dos caminos. En primer lugar, el
sinceramiento para restablecer el equilibrio y la seguridad jurídica de
las bases del sistema y adecuarlas a la realidad a través de un
protocolo complementario. En segundo lugar, mantener la unilateralidad
de las medidas nacionales negociando sus incumplimientos sin modificar
los instrumentos básicos pero logrando el funcionamiento bajo gran
fragilidad jurídica y política.
Lamentablemente, los cuatro socios plenos han elegido el segundo camino
ya sea por conveniencia, comodidad o en su caso por imposición de la
voluntad de los socios mayores sobre los menores.
Para Uruguay, las medidas comerciales argentinas son el problema de hoy y
está bien que trate de neutralizar o amortiguar sus efectos sobre el
comercio, como lo están haciendo también Brasil y Paraguay. Pero la
cuestión mayor es la vulneración del derecho, la inseguridad jurídica y
la incertidumbre sobre la evolución del sistema, ya que ante la falta de
compromisos formales aplicables y exigibles en la práctica, "el camino
se hace al andar" y la dirección la marca un solo país cuyas prioridades
están fuera de la región. Esta situación no cambiará mientras Brasil no
esté dispuesto a poner el sistema de integración en orden y los demás
Estados a sincerar sus necesidades y expectativas.
La gestión uruguaya en el Mercosur y frente a sus vecinos, además de
resolver los importantes temas puntuales de una agenda compleja, que
incluye las perforaciones al libre comercio, debería buscar un acuerdo
integral para negociar al más alto nivel la formalización de las
relaciones económicas de la región basada en la flexibilidad, realismo y
equidad, modificando en lo que sea necesario el Tratado de Asunción, e
incorporando temas como las inversiones, la infraestructura, la energía,
las comunicaciones y la protección ambiental.
Si esa negociación fuera exitosa podría darse un nuevo perfil del
Mercosur adecuado a los intereses de sus socios y dotado de la debida
seguridad jurídica. Probablemente podría resultar menos ambicioso que el
actual, si lo valoramos por sus objetivos teóricos, pero más
equilibrado en sus componentes económicos, políticos y sociales, y con
la certidumbre de que las reglas ya no cambiarán unilateralmente, sino
por el consenso de los miembros. Si ese intento fracasa, el Mercosur
seguirá siendo fuente de frustraciones, inocuo para algunos de los
socios y perjudicial para otros, lo que determinará que llegará el
momento en que deberán evaluarse los costos y beneficios de la
permanencia en el sistema y no solo, necesariamente, por iniciativa de
Uruguay y Paraguay.
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